lunes, 13 de agosto de 2012

Algarabía de los sentimientos -Capítulo 1. Parte 2-

       Capítulo 1. Cuando quise dejar de llorar
        



        Las clases transcurrieron con normalidad, o por lo menos hasta que el receso acabó.
        A mitad de la clase, una mujer tocó la puerta y le pidió a la maestra un minuto de su tiempo. La maestra dejó el frente y fue a la puerta, después de que hablaron la misteriosa mujer entró al salón y se puso al frente de todos.
        -Chicos, mi nombre es Larissa, y soy la nueva psicóloga. –Se presentó con un tono suave y pintoresco. Nosotros nos mirábamos mutuamente, como si buscáramos respuesta en los ojos ajenos. –No sé si recuerden que hace una semana se les hizo escribir algunas cosas en una hoja. –No fue muy difícil recordar, ya que en esa hoja decía que debíamos escribir lo que más nos había causado daño  y que no podíamos olvidar, yo escribí lo de mi papá, aun si era tonto contarle eso a una hoja. –Bueno pues… los nombres que voy a mencionar, son de las personas que necesito que me acompañen. –Puso la hoja que llevaba frente a ella y comenzó a leer. –Amanda Arango, Roberto Beltrán, Rosa Martínez, Gabriel Rosales, Abril Román y Dana Morales. Por favor, las personas que mencioné, salgan del salón.
         Hicimos lo indicado y después ella hizo lo mismo. Nos llevó a una oficina que estaba al fondo del pasillo, que ciertamente nunca había visitado.
        -Bien, amores, necesito que se sienten en el suelo. –Su tono ahora era un poco más suave que en el salón de clases.
        El piso estaba alfombrado, así que ninguno replicó. Todos miramos a nuestro alrededor, ya que era un sitio que hasta ahora no conocíamos. Las paredes eran color caoba, y la alfombra era café oscuro. Sólo había un escritorio y una silla detrás de él, aunque también estaba una puerta (una distinta a la que habíamos utilizado para entrar), pero nadie se atrevió a preguntar a donde llevaba.
        -De seguro se están preguntando porque los traje conmigo exactamente a ustedes.
        Acertó.
        -Bien, por sus caras puedo confirmar que así es. –Sonrió y luego prosiguió. –En la hoja de aquella vez, se les indicaba que escribieran que era lo que más les molestaba, les dolía, les fastidiaba, hasta ahora. Muchos escribieron que el que sus papás no los dejaran ver tele hasta tarde, otros el que sus hermanos los molestaran mucho, entre otras cosas, pero ustedes, ustedes chicos, están aquí, porque necesitan apoyo con los problemas que tienen en casa.
         ¿Eso quería decir que estábamos locos o que para allá íbamos?
         -Claro, no digo que los problemas de los demás niños no sean grandes, pero cada quien tiene un grupo en el cual habrá niños con problemas similares. Ahora, antes de continuar, todos ustedes deben de hacer una promesa conmigo. –Nos miró a cada uno con una seriedad extraña, y digo extraña porque su cara estaba muy cerca. –Deben de prometerme que nada de lo que se diga aquí va a decirse allá afuera, ¿ok?
          Todos prometimos no decir nada y después vino lo difícil, ella nos pidió que contáramos enfrente de todos, nuestro problema.
          Ese día confirmé lo grande y doloroso que podía ser el mundo. Me enteré de la enfermedad terminal del hermanito de Amanda, y de las peleas diarias de sus papás por la desesperación de estar a poco tiempo de perder a un hijo. Supe que Roberto vivía con sus tíos porque sus papás habían muerto en un accidente, él también nos dijo que aún los extraña y que procura que sus tíos no lo vean llorar para que no se preocupen. Rosa nos dijo que hacia mucho tiempo que no tenía una verdadera charla con su mamá, porque esta se la pasaba trabajando para darle una vida mejor, nos confesó que ella realmente quería decirle a su mamá que solamente quería pasar tiempo juntas. Gabriel nos dijo que hacía poco se había enterado que era adoptado, él amaba mucho a sus padres adoptivos, pero enterarse de que los verdaderos no lo quisieron fue un duro golpe. Antes de mí, fue Dana la que contó su problema. El de ella era algo horrible, y no digo que los otros fueran menos, pero el de Dana, era más bien grotesco, no por ella sino por su padrastro que la forzaba a hacer cosas que ni siquiera quiero mencionar.
           Cuando era mi turno para contar todo, miré hacia los lados y todos éramos un mar de lágrimas. No pude evitar llorar al escuchar las historias de mis compañeros, al ver su tristeza, que de alguna manera me hacía sentir comprendida.
           -Ahora vas tú, Abril. –Dijo la psicóloga con el tono más dulce posible. Ella no estaba llorando, porque supongo que en su trabajo muchas veces habrá visto eso, pero la simpatía que sentíamos todos con ella era lo suficientemente grande como para poder confesar nuestro dolor.
          -Si. –Respondí mientras me limpiaba la cara. –Hace unos meses murió mi abuela. –Levanté la vista y miré a mis compañeros, que me escuchaban atentamente. –Esa era la primera vez que yo me sentía así de triste. Creí que no iba a haber un sufrimiento peor para mí, creí que alguien como yo no merecía un sufrimiento mayor, pero me equivoqué. Hace unos días, perdí a la persona que era más importante para mí, y no es que haya muerto, es que simplemente desapareció. –De nuevo las lágrimas brotaron, esta vez ni siquiera me molesté en limpiarlas; con todo lo que había llorado últimamente, sabía que no iba a parar por un buen rato. -Mi papá no era ese monstruo, él era bueno, amable, cariñoso, él no era así, el padre que yo amaba no era así.
          -¿Así como? –Preguntó Dana que mostraba terror en sus ojos.
          -Él le ha pegado a mi mamá desde hace tiempo… no sólo eso, le es infiel todo el tiempo y es… es… una mala persona, pero yo también lo soy, porque no ayudé a mi mamá cuando pude. Soy una mala persona, soy igual que él. –Todos me abrazaron y lloramos juntos. Era una calidez impresionante, era como si de repente la soledad en mi corazón fuera sacada de él por un momento y tan sólo hubiera empatía. Comprendíamos el dolor del otro, sabíamos lo que era sentir rencor, tristeza, lástima, ira. Nadie dijo nada por un buen rato, y eso fue lo que más me hizo sentir feliz, que de la boca de nadie salió un: “pobre, que lástima, no te preocupes”, entre otras cosas que últimamente escuchaba a menudo. 
          Después de un rato, todos dejamos de llorar. Estábamos un poco más felices, al parecer todos necesitábamos llorar frente a alguien que nos comprendiera aunque sea un poco. La psicóloga nos dijo que al llegar a casa buscáramos algo que pudiéramos romper y en eso descargáramos todo el sentimiento que teníamos dentro.
          Esperamos un rato hasta que a nuestros ojos se les quitara un poco lo hinchado, después volvimos a nuestro salón. Desde entonces Amanda, Roberto, Rosa, Gabriel y Dana eran parte del mismo mundo que yo.
          Tengo entendido que ese día la psicóloga pidió al Director permiso para hablar con la madre de Dana, no sé exactamente que pasó después, pero ella se mudó el siguiente mes, y por consecuencia se cambió de escuela, no volvimos a saber de ella, pero de todo corazón espero que le vaya bien.
          Al volver a casa corrí a mi habitación en busca del objeto que sería víctima de mi tristeza. Encontré un peluche de un conejo, que mi papá me había regalado cuando cumplí siete. Lo puse justo en el medio de mi habitación y me puse de rodillas frente a él. Lo miré fijamente durante unos minutos, después tomé una de sus orejas y la alcé, acerqué las tijeras que tenía en la mano y cuando estuve a punto de cortar, vinieron a mí las memorias que tanto me estaba esforzando por olvidar. Recordé aquellos días donde mi papá llegaba del trabajo y yo lo recibía con un gran abrazo, también esas veces donde mis hermanos me hacían llorar llamándome “inútil”, “buena para nada”, “estúpida”, ya que siempre he sido algo torpe, pero mi papá siempre iba a buscarme a donde fuera que me escondiera y me ayudaba a volver a sonreír. Otra vez el dolor me inundó, el haber perdido a la persona que más amaba era un dolor que nunca imaginé sentir, o por lo menos no así. Estaba consciente de que algún día mi papá moriría, como todas las personas, pero podía estar segura de que faltaría mucho tiempo para eso, que cuando pasara yo sería lo suficientemente grande como para soportarlo.

       Nunca imaginé que moriría así.

       Lo maté, dentro de mí lo maté, y aunque lo hice, no pude deshacerme de su recuerdo. En ese momento el conejo representaba a él, al papá que tanto quise, y no podía matarlo, no de nuevo.
       Tan sólo lloraba frente a su recuerdo. No pude hacerle nada, no pude lastimarlo e incluso me daban ganas de abrazarlo y contarle sobre mi dolor, pero resistí.
       Tomé al conejo y lo metí en una caja, la cual guardé al fondo de mi armario, como si esperara que así se guardaran mis sentimientos. Dejé de llorar, tenía que bajar porque mi mamá me llamaba…
        
       La cena estaba lista. 

jueves, 9 de agosto de 2012

Nosotros los ricos, nosotros los pobres -Cuento corto-


      


      Recuerdo aquella vez, hace unos años, que iba en el carro con mi madre y mi hermano. Pasábamos por uno de esos mercados de mala muerte que están llenos de puestos de comida grasienta y gente pobre. Yo iba mirando por la ventana hacia afuera y de pronto vi a una pequeña niña dormida en un cartón, mientras que la que supongo era su madre, estaba a un lado con un bebé en brazos. Le dije a mi mamá, que iba conduciendo, lo que había visto y me respondió que eso pasaba en muchos lugares del mundo; todo era culpa de los adultos por tomar acciones irresponsables, después se lamentó de aquella pobre niña y del duro futuro que le esperaba. Mi hermano interfirió y le preguntó a mi mamá porque se lamentaba por aquella situación, le dijo que el mundo era cruel y que a cada quién lo que le tocaba. Yo tan sólo seguí mirando por la ventana, pensando que tal vez, comparada con la gente de ese lugar, yo era muy dichosa.
      
      Hace poco estaba en casa, viendo la televisión. Cambiaba y cambiaba de canal esperando encontrar algo que me gustara, hasta que llegué a un canal donde se dedican a sólo pasar cosas de la farándula. Salió un actor, de los grandes, que había comprado un “gato de Bengala”, el cuál cuesta casi medio millón de pesos, y sólo lo compró para poder matarlo y comerlo. “Qué tontería”, pensé, mientras me retorcía en mi propia insignificancia. Es decir, nunca me había faltado nada esencial, pero sin duda alguna mi vida no había estado llena de lujos.

      De nuevo recordé a aquella niña que dormía en el cartón y en todas las necesidades que tuvo que haber pasado. Tal vez hubo días en que no comía e incluso pasó por mi cabeza la idea de que ya estuviera muerta. Mientras que aquél actor gastaba esa gran cantidad de dinero en algo tan poco necesario.

      El dinero va y viene, dicen algunas personas poco materialistas, aunque algunas veces va más de lo que viene. “Rico” y “pobre” no son más que términos relativos. Día a día la gente nace en las calles y muere en las mismas, esa gente no corre con la misma suerte que aquella que nacen en cuna de oro. Pocas veces nos ponemos a pensar acerca de lo afortunados que somos, por tener un techo, comida, salud… vida. Queremos más, más, cada día más y no nos detenemos a razonar que tal vez lo que tenemos es suficiente.

      Me levanté de la silla donde había estado recordando todo aquello. Alcé la mano para que el mesero me trajera la cuenta y pudiera irme después de pagar. Me dio el papel con la cantidad, puse el billete y minutos después regresó con el cambio. Se había equivocado, me había traído diez pesos menos. No le tomé importancia y me fui de aquel restaurante sin reclamar.

      Probablemente aquella niña hubiera reclamado para que le dieran bien su cambio, pero de seguro aquél actor se habría ido incluso antes de que el mesero regresara con su cuenta. 

lunes, 6 de agosto de 2012

Algarabía de los sentimientos -Capítulo 1. Parte 1-


Capítulo 1. Cuando quise dejar de llorar.

*Abril*

Tengo un buzón de quejas guardado en el corazón… Aún nadie las lee, aún a nadie le interesan.

      Soy la menor de tres hijos, mis hermanos son dos hombres de siete y cinco años más que yo. Ya que la diferencia de edad es relativamente grande, se podría decir que no hemos llevado nunca una relación muy estrecha, aunque como en cualquier familia, las peleas eran el pan de cada día.
      -¡Mamá, Alberto me está molestando! –Grité desde la sala. Mi mamá estaba en la cocina, preparando la cena.
      -¡Alberto, deja a tu hermana, ya sabes que me molesta que esté gritando! –Exclamó con un tono de histeria. Mi hermano, que estaba jalando mi cabello, se detuvo refunfuñando.
      Desde que tenía memoria, mamá siempre había tenido ese carácter frío, que hacía que algunas veces pareciera que nuestra presencia le molestaba. Yo era de esas niñas que lloraban por todo, incluso al más leve provocamiento.
      Habían pasado dos meses desde la muerte de mi abuela. De alguna manera el dolor había disminuido, pero el recordar aún causaba tristeza. Y para empeorar todo, hacia una semana que mis padres nos habían dado una noticia que cambio mi vida para siempre, y que fue lo que inicio toda una tormenta: iban a separarse.
      Ese día, yo estaba viendo televisión en la sala, y mis hermanos estaban en su cuarto jugando videojuegos. Recuerdo que vi como mamá subió las escaleras y, cuando llegó a la habitación de mis hermanos, me gritó desde ella pidiéndome que fuera también. Cuando llegué nos sentó a todos cerca, uno del otro, e intentando encontrar las palabras, dijo:
       -Sé que esto es repentino para ustedes. –Parecía que las palabras estaban cargadas de agujas en su garganta, ya que con cada una, su gesto se hacia más doloroso. –Su padre y yo ya lo hemos hablado, y llegamos a un acuerdo.
      -Dilo de una vez, mamá –Soltó Cristian. Por su tono y su mirada, se podía deducir que él ya sabía de que hablaba mamá, ya que era el mayor, habían varias cosas de las cuáles él estaba enterado, cosas que Alberto y yo no sabíamos.
      -Espera, no quiero que suene muy brusco. –Esta vez sonaba desesperada, como si quisiera evitar a toda costa decirnos. –Su papá…
      -¿Qué pasa con mi papá? –Pregunté un poco impaciente.
      -Él y yo vamos a separarnos, de hecho va a irse de la casa –Dijo sin más rodeos.
      -¿Papá… va a irse? –Pregunté como si esperara que me dijera que no era verdad, aunque sabía muy bien que mamá no bromeaba. Las lágrimas comenzaron a brotar aun sin su respuesta. Una tristeza enorme me inundo. ¿Por qué mi papá tenía que irse? ¿Qué había hecho él? ¿Por qué no era mamá la que se iba?
       -¡¿Por qué, mamá?! ¡¿Qué te ha hecho él?! ¡Déjalo que vuelva! –Grité, seguido de otras cosas que eran en su contra.
       Ella tan sólo nos abrazó, como si eso fuera suficiente para compensar lo que había causado. Era mi mamá, y hasta ese momento la quería, pero después de eso, sentí que dentro de mí, comenzaba a despreciarla. Su trato había sido siempre frío y nunca jugaba con nosotros, parecía que no nos quería algunas veces; aun así yo sí a ella, pero eso no se lo podía perdonar, no podía perdonarle el haberme quitado a mi persona más querida.
       Papá habló con nosotros al siguiente día, sólo para confirmar lo que mamá nos había dicho. De nuevo comencé a llorar, pero esta vez me abracé muy fuerte a él y le pedí que no se fuera, le dije que lo necesitaba a mi lado, que no quería que nos dejara. Pero mis peticiones fueron en vano, ya se había tomado una decisión y las palabras de una niña no cambiarían nada. Ellos eran adultos, yo sólo era una mocosa.
      Los días posteriores se llenaron de nada. Mi vida se había vaciado, era como si me hubiera convertido en un fantasma. Mi madre se veía un poco más alegre, incluso viéndola parecía como si se hubiera curado de una enfermedad. Yo había visto a mi papá, pero ya no podía ser tan seguido como antes.
      Un día cuando regresé de haber ido a visitar a mi abuelo, me encontré a mi mamá llena de moretones. Cuando le pregunté que le había pasado, me respondió con una sonrisa: “Me caí de las escaleras”. Me acerqué a ella, temerosa de lastimarla, y acaricié su rostro, dejando atrás por un momento el desprecio que había comenzando a crecer. Fui corriendo por todas las cremas que se encontraban en la casa, después le dije que se acostara en su cama, que yo me encargaría de cuidarla. Destapé cada una de las cremas y las unté en sus moretones. Ella tan sólo sonreía y me daba las gracias, aun si no ayudaban en nada, ella me daba las gracias.
      No sabía porque, pero verla en ese estado, me hacia creer que me mentía. No era que no fuera posible que se cayera de las escaleras, pero sus ojos me causaban tristeza, como si ocultara algo.
      El resto del día intenté atenderla lo más que pude, y cuando llegó la noche dormí a su lado, ya que su cama estaba sola desde que papá se había ido.
      Después de unas semanas, los moretones de mamá desaparecieron, y todo había vuelto a como era antes de ese accidente. Se veía más llena de energía e incluso jugaba algunas veces conmigo cuando llegaba de su trabajo. Con el tiempo tuve que aceptar el hecho de que papá ya no iba a volver a la casa. Mi vida había cambiado drásticamente, pero no era nada a lo que no me pudiera acostumbrar. Papá iba por mí en las mañanas para llevarme a la escuela y en las tardes me recogía la muchacha que ayudaba en la casa. Cuando mamá llegaba del trabajo, comíamos mis hermanos, ella y yo juntos.
      Una noche, que los cuatro mirábamos televisión, papá tocó a la puerta. Cuando mi hermano fue a abrirle, entró rápidamente y después de una pequeña charla con mi mamá, se despidió.  
      -Levántate temprano mañana, Abril. –Su tono sonaba serio, como si me estuviera reclamando.
      -Pero si yo me levanto temprano, a veces eres tú el que llega tarde. –Defendí mientras me levantaba del sofá para verlo a los ojos y, cuando estuve frente a él, pude oler su aliento, que claramente daba a entender que había estado bebiendo.
      Se acercó rápidamente a mí, como si fuera a golpearme, pero mi mamá se levantó se puso frente a mí.
       -No vas a pegarle a mi hija. –Soltó antes de recibir a recibir las bofetadas de mi papá.
       Yo tan sólo me quedé inmóvil, viendo como él no detenía los golpes. Mis hermanos se levantaron de sus asientos e intentaron detenerlo, pero lo único que podía hacer era intentar recibir por ella los golpes, con sus cuerpos no era suficiente para detener al monstruo que había poseído a mi papá.
       Patadas, bofetadas, puñetazos, maldiciones, todo eso mi mamá recibió, en un movimiento incluso la tomó por los cabellos y la arrastró por el suelo, seguido de una patada que la dejó sin poder moverse. Mi mente estaba en blanco, no podía moverme, tenía miedo. Las lágrimas eran lo único que podía producir… ni siquiera podía gritar. Mi cuerpo ya no me pertenecía a mí, el miedo se había apoderado. No quería salir lastimada, así que no hice nada, tan sólo observé, como una cobarde. ¿Qué importa si no podía hacer nada? ¡Yo tenía que ayudar a defenderla, pero no hice absolutamente nada! ¡No me moví, no grité, no ayudé en nada!
       Cuando por fin se detuvo, dejó a mis hermanos y a mi mamá tirados en el suelo después de haber recibido todo su enojo. Se acercó a mí y me tomó por los hombros. Yo estaba muerta de miedo, no pude siquiera intentar soltarme. Mi mamá se levantó como pudo e intentó acercarse a mí, pero su cuerpo no estaba en las condiciones aptas para que lo hiciera, así que volvió a caer al piso, mientras le pedía una y otra vez a mi papá que no me hiciera daño.
       -Esto es tu culpa, ¿ves lo que causas? –Soltó con seguridad. Me tomó por el rostro y me hizo voltear a verlos. –No debes hacer estas cosas, los lastimas. –Después de decir eso, me soltó, y se fue de la casa. Yo seguía sin poder moverme, así que mamá se acercó a mí, sacando fuerzas de no sé donde y me dio un abrazo.
      -No es verdad, no es tu culpa. –Dijo con un tono amable, mientras me acariciaba la cabeza. No pude evitar llorar más que antes, con la diferencia de que ya podía moverme y hablar.
      Mis hermanos también se levantaron y se sentaron en los sillones, mientras intentaban recuperar el aliento. Ellos también tenían el rostro lleno de lágrimas, pero su orgullo de hombres les impedía dejar que mi mamá y yo viéramos totalmente eso.
      -Lo siento… -Fue lo primero que dije cuando volví a tener el control de mi cuerpo. –Lo siento, mamá. Perdóname –Rogué y correspondí a su abrazo, esperando que así su dolor disminuyera. – ¡Lo siento! –No podía controlarme, yo sólo quería que su dolor se fuera. Los moretones habían llenado su cuerpo nuevamente, pero esta vez pude ver otras heridas, que aún tenían sangre saliendo de ellas. Su labio estaba roto, pero eso no le impedía que siguiera diciéndome que no era mi culpa.
      Después de un rato me calmé y la ayudé a subir a su habitación. Volví a bajar y ayudé a mis hermanos, seguido hice lo mismo que la última vez: busqué todas las cremas que había en casa y las llevé al cuarto de mi mamá. De nuevo le puse en cada moretón, pero esta vez con lágrimas en los ojos.
      



       Había entendido porque tuve ese sentimiento cuando me dijo que se cayó de las escaleras. No pude evitar avergonzarme de mi estupidez, por no haberme dado cuenta aquella vez. Me pregunté cuantas veces había pasado eso antes, cuantas veces ella tuvo que tragarse su dolor y hacer como si todo fuera bien, por cuantos años estuvo con alguien que todo lo que hacía era lastimarla, y entonces me di cuenta porque ella no sonreía cuando aún estaba con mi papá, ¿cómo podría alguien sonreír en condiciones como esas? Yo había sido una tonta, porque la había culpado de todo, siendo que ella lo único que hacía era protegernos, intentar proteger nuestra vida de felicidad. Ese día, todo lo que podía salir de mi boca, eran palabras de disculpa.
      Volví a dormir con mamá ese día, porque sentí que si no lo hacía, ella probablemente desaparecería. Tal vez no fue la mejor decisión, tal vez debí haberla dejado sola para que pudiera llorar tranquila, pero en ese momento, todo lo que yo deseaba, era estar a su lado.
      -Voy a apagar la luz ahora, mamá. –Dije cuando me levanté de la cama y me acerqué al interruptor.
      -Si. –Soltó con una sonrisa en el rostro.
      Corrí a la cama y me aventé a ella. Me acomodé entre las sábanas y cerré mis ojos, esperando tal vez, que todo hubiera sido una pesadilla, pero antes de que pudiera conciliar el sueño, mamá habló.
      -Abril… -Murmuró. -¿Estás despierta?
      -¿Qué pasa? –Pregunté casi al momento de que terminó la última palabra.
      -Quiero contarte algunas cosas. –Expuso como si hubiera cometido algún pecado imperdonable y yo fuera el sacerdote al que se confesaba.
      -Dime… -Dentro de mí sabía que hubiera mejor negarme a escuchar lo que ella tenía que decir, pero no podía darme el lujo de hacerlo. Sabía que eso que iba a contarme le causaba daño, y que decírmelo iba a hacer que disminuyera, aunque sea un poco, el peso que eso traía consigo. Me armé de valor, el valor que me había faltado esa misma tarde, y escuché lo que tenía que decir. 
       -Cuando me casé con tu papá estaba realmente enamorada. Tan enamorada que incluso acepté el hecho de que él tuviera otra hija.
       Así es, en un día que papá fue a recogerme para llevarme a la escuela, me confesó que tenía otra hija, y que le haría muy feliz que algún día nos conociéramos y nos llevásemos bien. En ese momento no supe como reaccionar, pero realmente no veía como mala esa situación.
       -Después de unos meses de nuestra boda, me embaracé de Cristian. En ese momento aún estaba enamorada de él, pero eso se comenzó a marchitar cuando me dijeron que se veía con otras mujeres, no supe que hacer, así que hice como si nunca me hubiera dicho nada. No tenía a donde ir, como sabrás mi mamá murió cuando yo era niña, y mi abuela, que fue la que me crió, ya estaba muy grande como para cuidar de mí, ya que me casé muy joven, a los diecinueve, para ser exacta. Sin un trabajo, ni un futuro, me aterraba el enfrentar a tu papá y quedarme sola, además de que tu hermano estaba por nacer y no podía darle una vida llena de sufrimiento. –Mientras me confesaba todo, las luces del cuarto seguían apagadas, yo tan sólo veía con dificultad su cabello negro y rizado, y escuchaba como de vez en cuando soltaba los ruidos que hacemos cuando lloramos. –Así que seguí con él, a pesar de que sus aventuras cada vez eran menos discretas, llegué a pensar que ya ni siquiera le importaba que me diera cuenta. Nació tu hermano e intenté refugiarme en mi amor por él, dos años después me embaracé de Alberto y cuando me recuperé me di cuenta de que ya no amaba a tu padre para nada. Crié a tus hermanos con todo el amor que pude, pero sé muy bien que los años me amargaban y que incluso llegó un tiempo donde dejé de sonreír. Pensé en separarme de tu padre, a pesar de que nada había cambiado, pero tu abuela se dio cuando de esto y me persuadió, haciéndome ver el futuro amargo de mis hijos, así que me quedé junto a él y después de cinco años, naciste tú, la niña, yo siempre quise tener una hija, así que me sentí muy feliz cuando naciste, pero en ese entonces ya no era suficiente el dinero, así que entré a trabajar. Lo siento, no pude criarte igual que a ellos, soy consciente de eso. –Se disculpó y yo tan sólo guardé silencio. –Los años pasaron relativamente lento para mí, a pesar de que el trabajo era una gran distracción, pero había algo que no podía evitar, tu padre. Ya ni siquiera recuerdo porque fue la primera vez que me pegó, incluso ya perdí la cuenta de cuantas veces lo hizo. –Su llanto cada vez era más sonoro, pero yo intenté soportar el mío, no era mi momento de desahogarme. –No sólo me engañaba, también me pegaba e insultaba. Era un infierno el que me hizo vivir, lo siento por desquitarme con ustedes, pero es que la desesperación de no poder huir era frustrante a más no poder. Tal vez esto suene cruel, pero sólo cuando tu abuela murió pude por fin liberarme, por eso es que hasta ahora me separé de él. Lo siento, Abril, por decirte esto a ti.
       -¿Por qué te disculpas? –Pregunté intentando sonar tranquila. –Tú no tienes la culpa, todo lo que hiciste este tiempo fue protegernos, ya no es necesario que sigas soportando, yo soy fuerte así que puedo resistir el que ya no estén juntos, no te preocupes, todo está bien ahora.
       Después de eso, ella siguió llorando hasta quedar dormida, pero yo no pude hacer lo mismo esa noche. Me quedé pensando en todo lo que había dicho, en todo el sufrimiento que había pasado, y en como la había juzgado sin conocer bien nada.
        -Soy una mala hija. –Descargué toda mi frustración en lágrimas. Me sentía la peor persona del mundo, no sólo por haber culpado a mamá por los problemas que había desde la muerte de mi abuela, sino también porque mi amor ciego por mi papá, no me permitió darme cuenta de la persona que realmente era.
         
         

         
       Pasaron unas semanas antes de que volviera a ver a mi papá. Una mañana llegó sin aviso, y me dijo que iría con él a la escuela. Desde el día que golpeo a mamá, era ella quien me llevaba en las mañanas, quiero creer que él había tenido siquiera un poco de pudor al no pasarse por la casa después de lo que había hecho.
       Cuando íbamos en el auto, ninguno de los dos soltaba palabra alguna. Mirábamos de frente, o por lo menos yo lo hacia, hasta que él rompió el silencio.
       -¿Cómo has estado? –Preguntó como si nada hubiera pasado. Tenía ese tono alegre de siempre, que en ese momento, en lugar de agradarme, me irritaba.
       -Bien. –Respondí cortante.
       -¿Cómo vas en la escuela? ¿Sigues sacando buenas calificaciones?
       -Si. –De nuevo preferí una respuesta corta. Sentía que si salían más palabras de mi boca, los sentimientos se desbordarían, probablemente era más el deseo de no querer llegar a la escuela con los ojos llorosos. 
        Llegamos al frente de la escuela. Bajé rápidamente del auto, y tan sólo escuché como él soltó un “Adiós, te quiero.”, desde adentro. 

jueves, 2 de agosto de 2012

Algarabía de los sentimientos -Prólogo-




*Abril*
      
      Miré por la ventana de mi salón de clases. Mi asiento se encontraba cerca de esta, así que a diario me iba a visitar uno o dos mundos por medio de ella. En ese momento imaginaba que estaba subiendo una gran escalera, con más de mil escalones. Subía y subía, hasta que por fin llegaba a la cima de esta. Me encontraba con mi abuela paterna, ella estaba completamente vestida de blanco (lo que hacía que el tinte rojo de su cabello resaltara), y cuando me veía llegar agitada, se acercaba lentamente a mí y me tomaba la mano.
      -Abril…–Dijo con un tono suave y después me soltó mientras se alejaba lentamente.
      Mi compañera de a un lado me tomó bruscamente por el hombro y me sacudió.
      -Abril, Abril… te habla la prefecta –Escuché que dijo. Me paré aún un poco confundida de mi lugar y caminé hacia la salida.
      -Ah, ven con tus cosas; tus padres vinieron por ti –Soltó la prefecta desde la puerta.
      -¿Mis papás? –Pensé con asombro. Ya estaba completamente en mis cinco sentidos, por eso es que pude sorprenderme por lo que acababa de escuchar. En ese momento estaba en tercero de primaria, pero aun así podía comprender que cuando mis padres iban por mí a la escuela, significaba que algo grande había pasado.
      Llegué a donde ellos se encontraban y me dieron un gran abrazo. Mi mamá se veía con ganas de llorar y papá tan sólo no tenía su sonrisa habitual. Nos fuimos de la escuela y no tardamos ni diez minutos en llegar a un lugar totalmente desconocido para mí. Bajé del auto y entré al lugar. Estaban ahí muchos de mis familiares, incluso algunos que tenía tiempo no veía y que a duras penas recordaba sus nombres.
      El ambiente estaba totalmente apagado. Mi tía Paula estaba en una esquina llorando y, mis hermanos, Cristian y Alberto, se abrazaban a sí mismos mientras berreaban, mi abuelo estaba sentado cerca de la ventana, mirando a través de ella con una pequeña sonrisa forzada.
      Me acerqué a mi prima, dos años mayor que yo, y le pregunté que era lo que pasaba:
      -Nuestra abuela se murió. –Lo dijo con un tono tranquilo e incluso sonreía, así que me fue difícil creerle. 
      -Ya, en serio, ¿por qué estamos aquí?
      -Abril, esto es una funeraria –expuso mientras me tomaba de la mano y me llevaba cerca de la puerta—, eso significa que alguien murió, esa persona es nuestra abuela… mira. –Señaló una pizarra donde estaba el nombre de mi abuela. —¿Ves? Aquí está su nombre, eso significa que la traerán pronto para velarla. Tú también fuiste a visitarla al hospital, ¿verdad?
      -Ah, sí… pero no me dejaron pasar por que estoy chica.
      -Bueno, pues estaba en el hospital porque enfermó y ahora se murió. –Soltó con desdén, todavía con esa sonrisa que estaba comenzando a irritarme.
      -¿Por qué estás sonriendo si mi abuelita se murió? –Cuestioné soltándome de su mano y comenzando a llorar. No quería aceptarlo, pero si mi familia estaba ahí, llorando, y el nombre de mi abuela estaba en la pizarra, no podía ser otra cosa.
      -¿Por qué tendría que llorar? Ella nunca me quiso. –Dijo como si no le tomara mucha importancia.
      No era que mi abuela no la quisiera, más bien no le parecía la forma en que su mamá la había criado. Se había hecho materialista e interesada sólo en lo que las personas poseían y no en lo que eran.  
      Después de un rato mi mamá se acercó a mí a explicarme la situación. Mi abuela había muerto el día anterior por la noche, y ese, efectivamente, era su funeral.
      Nunca llevé una relación realmente estrecha con mi abuela; siempre me dio miedo su aura de mujer fuerte, pero eso no significa que no la quería, algunas veces me regalaba dulces y me dejaba dormir en su regazo. Comencé a llorar a más no poder. Un extraño vacío se apoderó de mí, nunca antes lo había sentido, pero fue horrible.
      Al siguiente día fue el entierro, y unas ganas enormes de no dejar que la enterraran me invadieron. ¿Así se sentía que muriera alguien querido para ti? Pues es muy triste, no lo quería, no me gustaba.
      Recuerdo que los días posteriores al entierro, mucha gente fue a casa de mis abuelos a los rezos. Yo sólo observaba desde la distancia como todos daban palabras de aliento a mi familia y, después de comer los aperitivos, se iban. Si mi abuela era tan importante, ¿por qué no la visitaron mientras aún seguía con vida? ¿De qué sirve visitar a alguien que ya está muerta? ¿Acaso será capaz de escucharte? No. ¿Será capaz de agradecerte? No. ¿Eso significará que era una persona importante para ti? No.
       En ese momento creí que era todo el sufrimiento que iba a tener en mi vida. Creí que no era posible que Dios me castigara con más que eso. Ya había sufrido bastante por la muerte de mi abuela, merecía ser feliz el resto de mi vida, ¿no?
       Corrí hacia mi papá que venía caminando en dirección a mí, y cuando llegué con él, me dio un gran abrazo y me cargó, mientras me decía palabras bonitas para que mis lágrimas se detuvieran. Me aferré a él y sentí esa seguridad que siempre me proporcionaba. No había nadie que yo quisiera más que a mi papá, era mi todo, mi persona más querida, yo quería encontrar a alguien como él para casarme. Estaba segura de que era él mejor hombre del mundo. ¡Qué tonta fui! ¡Qué gran, gran, gran ilusa!
       Cuando toda la conmoción por la muerte de mi abuela se calmó, las cosas empeoraron, por lo menos para mí. Fue bastante “curioso”, porque la persona que yo creí que más me despreciaba, era la que en realidad más me amaba y me había estado protegiendo toda mi vida. La persona que yo más amaba, era en realidad un monstruo y toda mi vida… no era más que una farsa.
       Alguien que me amaba mucho se había preocupado por crearme toda una vida sin complicaciones, haciendo que yo creyera que me merecía la felicidad aún sin dar nada a cambio. Era como una burbuja, que me mantenía sin los pies en la tierra, que no me dejaba escuchar los gritos del exterior, que no me dejaba ver la realidad de la vida, era mi burbuja, y de un día para otro explotó. Sin aviso, sin engaño.

       Nada era como parecía.
       Nadie era como yo creía.
       No sabía que había sido realidad hasta ese momento.
       Lo siento. Fui una cobarde.
       Lo siento. No hice nada para ayudarte.
       Perdóname por ser tan egoísta.
       Soy de lo peor.
       Soy un monstruo como él.
       Me odio.
       Soy patética.
       ¿Por qué tuve que nacer?
       Perdón.

       Desde que me enteré de la verdad no he dejado de vivir en arrepentimiento. Cada noche es lo mismo, no hay sólo día donde no lo recuerde. El día que me enteré de la verdad…