jueves, 2 de agosto de 2012

Algarabía de los sentimientos -Prólogo-




*Abril*
      
      Miré por la ventana de mi salón de clases. Mi asiento se encontraba cerca de esta, así que a diario me iba a visitar uno o dos mundos por medio de ella. En ese momento imaginaba que estaba subiendo una gran escalera, con más de mil escalones. Subía y subía, hasta que por fin llegaba a la cima de esta. Me encontraba con mi abuela paterna, ella estaba completamente vestida de blanco (lo que hacía que el tinte rojo de su cabello resaltara), y cuando me veía llegar agitada, se acercaba lentamente a mí y me tomaba la mano.
      -Abril…–Dijo con un tono suave y después me soltó mientras se alejaba lentamente.
      Mi compañera de a un lado me tomó bruscamente por el hombro y me sacudió.
      -Abril, Abril… te habla la prefecta –Escuché que dijo. Me paré aún un poco confundida de mi lugar y caminé hacia la salida.
      -Ah, ven con tus cosas; tus padres vinieron por ti –Soltó la prefecta desde la puerta.
      -¿Mis papás? –Pensé con asombro. Ya estaba completamente en mis cinco sentidos, por eso es que pude sorprenderme por lo que acababa de escuchar. En ese momento estaba en tercero de primaria, pero aun así podía comprender que cuando mis padres iban por mí a la escuela, significaba que algo grande había pasado.
      Llegué a donde ellos se encontraban y me dieron un gran abrazo. Mi mamá se veía con ganas de llorar y papá tan sólo no tenía su sonrisa habitual. Nos fuimos de la escuela y no tardamos ni diez minutos en llegar a un lugar totalmente desconocido para mí. Bajé del auto y entré al lugar. Estaban ahí muchos de mis familiares, incluso algunos que tenía tiempo no veía y que a duras penas recordaba sus nombres.
      El ambiente estaba totalmente apagado. Mi tía Paula estaba en una esquina llorando y, mis hermanos, Cristian y Alberto, se abrazaban a sí mismos mientras berreaban, mi abuelo estaba sentado cerca de la ventana, mirando a través de ella con una pequeña sonrisa forzada.
      Me acerqué a mi prima, dos años mayor que yo, y le pregunté que era lo que pasaba:
      -Nuestra abuela se murió. –Lo dijo con un tono tranquilo e incluso sonreía, así que me fue difícil creerle. 
      -Ya, en serio, ¿por qué estamos aquí?
      -Abril, esto es una funeraria –expuso mientras me tomaba de la mano y me llevaba cerca de la puerta—, eso significa que alguien murió, esa persona es nuestra abuela… mira. –Señaló una pizarra donde estaba el nombre de mi abuela. —¿Ves? Aquí está su nombre, eso significa que la traerán pronto para velarla. Tú también fuiste a visitarla al hospital, ¿verdad?
      -Ah, sí… pero no me dejaron pasar por que estoy chica.
      -Bueno, pues estaba en el hospital porque enfermó y ahora se murió. –Soltó con desdén, todavía con esa sonrisa que estaba comenzando a irritarme.
      -¿Por qué estás sonriendo si mi abuelita se murió? –Cuestioné soltándome de su mano y comenzando a llorar. No quería aceptarlo, pero si mi familia estaba ahí, llorando, y el nombre de mi abuela estaba en la pizarra, no podía ser otra cosa.
      -¿Por qué tendría que llorar? Ella nunca me quiso. –Dijo como si no le tomara mucha importancia.
      No era que mi abuela no la quisiera, más bien no le parecía la forma en que su mamá la había criado. Se había hecho materialista e interesada sólo en lo que las personas poseían y no en lo que eran.  
      Después de un rato mi mamá se acercó a mí a explicarme la situación. Mi abuela había muerto el día anterior por la noche, y ese, efectivamente, era su funeral.
      Nunca llevé una relación realmente estrecha con mi abuela; siempre me dio miedo su aura de mujer fuerte, pero eso no significa que no la quería, algunas veces me regalaba dulces y me dejaba dormir en su regazo. Comencé a llorar a más no poder. Un extraño vacío se apoderó de mí, nunca antes lo había sentido, pero fue horrible.
      Al siguiente día fue el entierro, y unas ganas enormes de no dejar que la enterraran me invadieron. ¿Así se sentía que muriera alguien querido para ti? Pues es muy triste, no lo quería, no me gustaba.
      Recuerdo que los días posteriores al entierro, mucha gente fue a casa de mis abuelos a los rezos. Yo sólo observaba desde la distancia como todos daban palabras de aliento a mi familia y, después de comer los aperitivos, se iban. Si mi abuela era tan importante, ¿por qué no la visitaron mientras aún seguía con vida? ¿De qué sirve visitar a alguien que ya está muerta? ¿Acaso será capaz de escucharte? No. ¿Será capaz de agradecerte? No. ¿Eso significará que era una persona importante para ti? No.
       En ese momento creí que era todo el sufrimiento que iba a tener en mi vida. Creí que no era posible que Dios me castigara con más que eso. Ya había sufrido bastante por la muerte de mi abuela, merecía ser feliz el resto de mi vida, ¿no?
       Corrí hacia mi papá que venía caminando en dirección a mí, y cuando llegué con él, me dio un gran abrazo y me cargó, mientras me decía palabras bonitas para que mis lágrimas se detuvieran. Me aferré a él y sentí esa seguridad que siempre me proporcionaba. No había nadie que yo quisiera más que a mi papá, era mi todo, mi persona más querida, yo quería encontrar a alguien como él para casarme. Estaba segura de que era él mejor hombre del mundo. ¡Qué tonta fui! ¡Qué gran, gran, gran ilusa!
       Cuando toda la conmoción por la muerte de mi abuela se calmó, las cosas empeoraron, por lo menos para mí. Fue bastante “curioso”, porque la persona que yo creí que más me despreciaba, era la que en realidad más me amaba y me había estado protegiendo toda mi vida. La persona que yo más amaba, era en realidad un monstruo y toda mi vida… no era más que una farsa.
       Alguien que me amaba mucho se había preocupado por crearme toda una vida sin complicaciones, haciendo que yo creyera que me merecía la felicidad aún sin dar nada a cambio. Era como una burbuja, que me mantenía sin los pies en la tierra, que no me dejaba escuchar los gritos del exterior, que no me dejaba ver la realidad de la vida, era mi burbuja, y de un día para otro explotó. Sin aviso, sin engaño.

       Nada era como parecía.
       Nadie era como yo creía.
       No sabía que había sido realidad hasta ese momento.
       Lo siento. Fui una cobarde.
       Lo siento. No hice nada para ayudarte.
       Perdóname por ser tan egoísta.
       Soy de lo peor.
       Soy un monstruo como él.
       Me odio.
       Soy patética.
       ¿Por qué tuve que nacer?
       Perdón.

       Desde que me enteré de la verdad no he dejado de vivir en arrepentimiento. Cada noche es lo mismo, no hay sólo día donde no lo recuerde. El día que me enteré de la verdad…

Comparte esta entrada

votar

No hay comentarios:

Publicar un comentario