*Abril*
Miré por la ventana de mi salón de
clases. Mi asiento se encontraba cerca de esta, así que a diario me iba a
visitar uno o dos mundos por medio de ella. En ese momento imaginaba que estaba
subiendo una gran escalera, con más de mil escalones. Subía y subía, hasta que
por fin llegaba a la cima de esta. Me encontraba con mi abuela paterna, ella
estaba completamente vestida de blanco (lo que hacía que el tinte rojo de su
cabello resaltara), y cuando me veía llegar agitada, se acercaba lentamente a
mí y me tomaba la mano.
-Abril…–Dijo con un tono suave y después
me soltó mientras se alejaba lentamente.
Mi compañera de a un lado me tomó
bruscamente por el hombro y me sacudió.
-Abril, Abril… te habla la prefecta
–Escuché que dijo. Me paré aún un poco confundida de mi lugar y caminé hacia la
salida.
-Ah, ven con tus cosas; tus padres
vinieron por ti –Soltó la prefecta desde la puerta.
-¿Mis papás? –Pensé con asombro. Ya
estaba completamente en mis cinco sentidos, por eso es que pude sorprenderme
por lo que acababa de escuchar. En ese momento estaba en tercero de primaria,
pero aun así podía comprender que cuando mis padres iban por mí a la escuela,
significaba que algo grande había pasado.
Llegué a donde ellos se encontraban y me
dieron un gran abrazo. Mi mamá se veía con ganas de llorar y papá tan sólo no
tenía su sonrisa habitual. Nos fuimos de la escuela y no tardamos ni diez minutos
en llegar a un lugar totalmente desconocido para mí. Bajé del auto y entré al
lugar. Estaban ahí muchos de mis familiares, incluso algunos que tenía tiempo
no veía y que a duras penas recordaba sus nombres.
El ambiente estaba totalmente apagado. Mi
tía Paula estaba en una esquina llorando y, mis hermanos, Cristian y Alberto,
se abrazaban a sí mismos mientras berreaban, mi abuelo estaba sentado cerca de
la ventana, mirando a través de ella con una pequeña sonrisa forzada.
Me acerqué a mi prima, dos años mayor que
yo, y le pregunté que era lo que pasaba:
-Nuestra abuela se murió. –Lo dijo con un
tono tranquilo e incluso sonreía, así que me fue difícil creerle.
-Ya, en serio, ¿por qué estamos aquí?
-Abril, esto es una funeraria –expuso
mientras me tomaba de la mano y me llevaba cerca de la puerta—, eso significa
que alguien murió, esa persona es nuestra abuela… mira. –Señaló una pizarra
donde estaba el nombre de mi abuela. —¿Ves? Aquí está su nombre, eso significa
que la traerán pronto para velarla. Tú también fuiste a visitarla al hospital,
¿verdad?
-Ah, sí… pero no me dejaron pasar por que
estoy chica.
-Bueno, pues estaba en el hospital porque
enfermó y ahora se murió. –Soltó con desdén, todavía con esa sonrisa que estaba
comenzando a irritarme.
-¿Por qué estás sonriendo si mi abuelita
se murió? –Cuestioné soltándome de su mano y comenzando a llorar. No quería
aceptarlo, pero si mi familia estaba ahí, llorando, y el nombre de mi abuela
estaba en la pizarra, no podía ser otra cosa.
-¿Por qué tendría que llorar? Ella nunca
me quiso. –Dijo como si no le tomara mucha importancia.
No era que mi abuela no la quisiera, más
bien no le parecía la forma en que su mamá la había criado. Se había hecho
materialista e interesada sólo en lo que las personas poseían y no en lo que
eran.
Después de un rato mi mamá se acercó a mí
a explicarme la situación. Mi abuela había muerto el día anterior por la noche,
y ese, efectivamente, era su funeral.
Nunca llevé una relación realmente
estrecha con mi abuela; siempre me dio miedo su aura de mujer fuerte, pero eso
no significa que no la quería, algunas veces me regalaba dulces y me dejaba
dormir en su regazo. Comencé a llorar a más no poder. Un extraño vacío se
apoderó de mí, nunca antes lo había sentido, pero fue horrible.
Al siguiente día fue el entierro, y unas
ganas enormes de no dejar que la enterraran me invadieron. ¿Así se sentía que
muriera alguien querido para ti? Pues es muy triste, no lo quería, no me gustaba.
Recuerdo que los días posteriores al
entierro, mucha gente fue a casa de mis abuelos a los rezos. Yo sólo observaba
desde la distancia como todos daban palabras de aliento a mi familia y, después
de comer los aperitivos, se iban. Si mi abuela era tan importante, ¿por qué no
la visitaron mientras aún seguía con vida? ¿De qué sirve visitar a alguien que
ya está muerta? ¿Acaso será capaz de escucharte? No. ¿Será capaz de
agradecerte? No. ¿Eso significará que era una persona importante para ti? No.
En ese momento creí que era todo el
sufrimiento que iba a tener en mi vida. Creí que no era posible que Dios me
castigara con más que eso. Ya había sufrido bastante por la muerte de mi
abuela, merecía ser feliz el resto de mi vida, ¿no?
Corrí hacia mi papá que venía caminando
en dirección a mí, y cuando llegué con él, me dio un gran abrazo y me cargó,
mientras me decía palabras bonitas para que mis lágrimas se detuvieran. Me
aferré a él y sentí esa seguridad que siempre me proporcionaba. No había nadie
que yo quisiera más que a mi papá, era mi todo, mi persona más querida, yo
quería encontrar a alguien como él para casarme. Estaba segura de que era él
mejor hombre del mundo. ¡Qué tonta fui! ¡Qué gran, gran, gran ilusa!
Cuando toda la conmoción por la muerte
de mi abuela se calmó, las cosas empeoraron, por lo menos para mí. Fue bastante
“curioso”, porque la persona que yo creí que más me despreciaba, era la que en
realidad más me amaba y me había estado protegiendo toda mi vida. La persona
que yo más amaba, era en realidad un monstruo y toda mi vida… no era más que
una farsa.
Alguien que me amaba mucho se había
preocupado por crearme toda una vida sin complicaciones, haciendo que yo
creyera que me merecía la felicidad aún sin dar nada a cambio. Era como una
burbuja, que me mantenía sin los pies en la tierra, que no me dejaba escuchar
los gritos del exterior, que no me dejaba ver la realidad de la vida, era mi
burbuja, y de un día para otro explotó. Sin aviso, sin engaño.
Nada era como parecía.
Nadie era como yo creía.
No sabía que había sido realidad hasta
ese momento.
Lo siento. Fui una cobarde.
Lo siento. No hice nada para ayudarte.
Perdóname por ser tan egoísta.
Soy de lo peor.
Soy un monstruo como él.
Me odio.
Soy patética.
¿Por qué tuve que nacer?
Perdón.
Desde que me enteré de la verdad no he
dejado de vivir en arrepentimiento. Cada noche es lo mismo, no hay sólo día
donde no lo recuerde. El día que me enteré de la verdad…
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