lunes, 4 de febrero de 2013

Algarabía de los sentimientos -Capítulo 2. Parte 1-


Capítulo 2. Mi error, mi redención


“Incluso si el dolor es insoportable, no desearé morir… Tengo que vivir y enmendar mi error, mi vida será mi redención.”

*Abril*

Daba miedo, en definitiva esa fiera mirada daba mucho miedo. No intento siquiera imaginarme que fuera para mí porque tal vez ya hubiera empezado a llorar.
Mi hermano había llegado a las seis de la mañana, borracho, en calzones y sin cartera. Mi mamá lo había estado esperando despierta, así que cuando mi hermano llegó no fue nada bonito. Gritos, gritos y más gritos, mi mamá estaba tan furiosa que ni siquiera le importó el no haber ido a trabajar para esperar a mi hermano, eso o tal vez realmente tenía flojera y no quería ir. Yo tan sólo observé desde la distancia mientras me preparaba para irme a la escuela.
Después de que terminara de reñir a mi hermano, tomó las llaves del auto y me llevó.
-¿Cuándo empiezan los exámenes? –Preguntó mi madre mientras miraba hacia el frente, ya que conducía.
-La próxima semana –Respondí rápidamente.
-Estudias –Sentenció.
-No.
-¡Abril! –Exclamó con molestia.
-¿Qué? –Solté con el tono más tranquilo posible. –Sabes que nunca estudio, me aburre.
-¿Cómo planeas sacar buenas calificaciones? –Cuestionó con desconfianza.
-No sé, como siempre, además ya te había dicho que nunca estudio, no entiendo de que te sorprendes –Expuse mientras me quitaba el cinturón ya que estábamos a punto de llegar. –Mira, tú tranquila, no bajaré mi promedio ya que me gusta mucho el dinero que recibo de la beca. No te preocupes, ya tengo 17 así que se bien lo que tengo que hacer.
-Aunque digas eso no dejo de preocuparme –Dijo y después soltó un suspiro.
-Tranquila, madre, tranquila, te están saliendo más arrugas.
-Abril… -Sostuvo el tono, como indicándome que se estaba comenzando a irritar, afortunadamente habíamos llegado ya a la escuela, así que abrí la puerta y salí del coche.
-En fin, nos vemos al rato –Dije, al salir del auto.
-Sí, ten cuidado –Soltó antes de que cerrara la puerta, pero entonces volví a abrirla para decirle otra cosa:
-¡Llevo el anillo de oro que me regalaron el año pasado, si me descuartizan ya sabes como identificarme! –Salí de casa.
-¡Abril! –Gritó mi madre en tono de reclamo desde adentro. No le gustaba que hiciera bromas como esas.
Caminé con toda la tranquilidad del mundo hacia la entrada. Entré y me dirigí a mi salón, en el camino me encontré a algunos conocidos, a quienes saludé para después seguir cada quien con nuestro camino.
Al llegar a mi salón de clases, entré y caminé hasta mi asiento, pero me topé con cierta sorpresa:
-Este… -Solté una vez estuve frente al chico que lo ocupaba.
-¿Si? –Preguntó con un tono inocente, mientras me miraba a los ojos, entonces pude notar que los suyos eran miel.
-Este… Ese es mi lugar. –Dije finalmente y puso un gesto de total vergüenza.
-¡Ah, discúlpame, en serio que no sabía nada! –Exclamó mientras se paraba de golpe y se hacia a un lado para que me pudiera sentar.
-No te preocupes, supongo que eres nuevo, así que por eso no sabes donde se sienta cada quien.
-Sí, ciertamente… -Respondió con un sonrisa.
-Y tampoco hubo NADIE que te pudiera decir que ese era mi lugar. –Miré furiosa a mis amigos que se encontraban a un lado, atacados de la risa mientras veían la escena.
-Te pido una disculpa de nuevo… -Dijo mientras se sentaba en la banca de a un lado. –Disculpa, ¿este asiento no está ocupado, verdad?
-No… -Solté y también tomé asiento.
-Me llamo Daniel, mucho gusto –Se presentó y me miró esperando que yo también lo hiciera.
-Abril.
Cuando dije mi nombre entró la maestra al salón. El chico este, Daniel, no tenía ni idea de nada, así que tuve que auxiliarlo la mayor parte de la clase. Al final, la maestra pasó lista y él se levantó para avisarle que era un alumno de nuevo ingreso.
-Daniel, vengo de España –Soltó mientras todas las miradas se mantenían en él.
Ciertamente, se podía notar en su acento, que no mentía acerca del país del cual venía. Parecía en estereotipo de personaje europeo, con ojos color miel y piel paliducha, su cabello era rubio cenizo y se veía que era mucho más suave que el mío.
El resto de la clase transcurrió con relativa naturalidad. De vez en cuando alguien le hablaba, pero sin duda alguna parecía soltar un aura de superioridad, aunque puede ser que sólo hayan sido prejuicios míos.
-Disculpa –Me molestó cuando acabó la clase, justo antes de ponerme mis audífonos.
-¿Qué pasó? –Pregunté con el tono más amable que pudo salirme en ese momento.
-Me dijeron que tengo que ir a la oficina de  servicios escolares, ¿me puedes decir donde se encuentra?
-A un lado de la cafetería –Solté y luego recargué mi cabeza sobre la banca. Me puse los audífonos y pude escuchar un “Gracias” con ánimo de su parte. Levanté la cabeza y lo vi salir con entusiasmo del salón.
-¿Qué le pasa? –Pensé mientras cerraba los ojos. 
Recordé que las clases habían acabado así que tomé mis cosas, miré hacia la banca de a un lado y vi que las cosas de él seguían ahí. No sé porque, pero decidí esperar a que llegara para irme.
No fue muy larga mi espera, ya que minutos después entró al salón. Me miró con sorpresa por unos segundos, y cuando me percaté de esto tomé de nuevo mis cosas y salí del salón.
-¡Espera! –Gritó mientras tomaba su mochila y corría detrás de mí.
Ya me había puesto los audífonos, así que fingí que no lo había escuchado, a pesar de que no era así, pero entonces sentí su mano sobre mi hombro. Tuve que detenerme, así que me quedé mirándolo.
-Tú… -Soltó con un poco de ansias.
-¿Yo? –Pregunté, apurándolo a terminar su frase.
-¿Tú donde vives? –Terminó por fin. Quitó su mano de mi hombro en cuanto vio que la miraba con un poco de molestia.
-En el centro –Respondí, un poco más amable que antes; me había dado cuenta que no se iba a dar por vencido hasta entablar una verdadera conversación.
-¡Yo también vivo en el centro de la ciudad! –Exclamó con ímpetu, causando que las pocas personas que había alrededor nos miraran con rareza. -¿Por qué no vamos juntos? –Al parecer no se había dado cuenta de las miradas, ya que volvió a hablar con el mismo tono que antes.
-Sí, está bien –Dije antes de que siguiera gritando. Si hay algo que siempre he odiado, es llamar la atención.
Caminamos hacia el lugar donde se tomaban los taxis hacia el centro. Yo tan sólo iba escuchando lo que él decía; no paraba de hablar. Sin embargo, por alguna razón, sus temas de conversación no me fastidiaban, como casi siempre, he incluso alguna llegó a llamar tanto mi atención que llegué a responderle.
Ya que era el chico nuevo, iba a atrasado con las tareas, así que accedí a prestarle mis apuntes. Me agradeció con la sonrisa más grande que alguien me hubiera dado antes, o por lo menos que yo recordara.
Sonrió, sonrió y sonrió, una y otra vez él sonreía… Para mí. Por alguna extraña razón sentí como mi pecho se calentaba y las ganas de llorar me inundaron. Tenía amigos en mi salón, los cuales se reían de las cosas que decía y yo también reía cuando estaba con ellos, pero no eran las mismas sonrisas, ni siquiera se asemejaban, ¿es esta la felicidad que albergas cuando haces feliz a alguien más? Nunca lo había sentido, nunca me habían sonreído de tal manera, nunca nadie se había sentido tan feliz por una acción mía. Fue la primera vez que lo sentí, sentía que esa persona realmente se alegraba de mi existencia.
“Maldita sea”, pensé. Sentía húmedos mis ojos, pero la fuerte Abril no podía simplemente derrumbarse así, frente a aquella persona a la cual llevaba sólo unas horas de conocer.
-¿Abril? ¿Te pasa algo? –Preguntó al notar que yo no estaba prestando atención a su plática.
-No, no… -Solté apenas volví. Decidí que era mejor escapar de aquel lugar, antes de que las cosas se complicaran más. –Perdón, pero recordé que mi mamá me dijo que llegara temprano a casa hoy, me tengo que ir. –Salí corriendo- Nos vemos mañana –Grité mientras alzaba mi mano y me despedía a lo lejos.
-¡Nos vemos! –Fue lo que alcancé a escuchar de él.
Mientras corría sentía como una gran sonrisa se formaba en mi rostro, sí, estaba sonriendo desde el fondo de mi corazón, estaba realmente feliz, entonces pensé: “¿Cuándo fue la última vez que me sentí de esta manera?, ¿cuándo fue la última vez que corrí con tanta libertad?”
Me detuve de golpe y la sonrisa se borró de mi rostro. Las imágenes de aquel chico sonriendo abandonaron mi cabeza, como si hubieran sido espantadas por lo que se venía.
-Ah, ya lo recuerdo… -Avancé otra vez, pero ahora a paso lento, muy lento. –No olvides, Abril, no olvides… -Me dije a mí misma, regañándome por haber tenido un minuto de verdadera felicidad- No tienes derecho a olvidar, no tienes derecho a ser feliz, tan sólo sigue viviendo… -Me di cuenta de que ya estaba en la puerta de mi casa, saqué las llaves de mi mochila y abrí la puerta. –Tan sólo sigue sonriendo.
-Hola, amor –Saludó mi madre, que se encontraba mirando televisión en la sala (la cual esta frente a la puerta).
-Hola –Respondí mientras cerraba la puerta.
-¿Cómo te fue? –Preguntó sin apartar la vista del frente.
-Bien, bien… Por cierto, ¿por qué estás aquí tan temprano? –Cuestioné extrañada, después de todo eran cerca de las dos y ella sale a las tres del trabajo.
-Recuerda que no fui al trabajo por esperar a tu hermano.  
-Ah… Cierto -Solté y después subí los escalones para dirigirme a mi cuarto.
-¡La comida ya va a estar lista! –Gritó desde abajo, pero aun así pude escucharla bien.
Cerré la puerta de mi cuarto con seguro, como siempre, después me acosté sobre la cama, necesitaba poner mis ideas en orden, volver a ser yo misma, tenía que acomodar de nuevo los pensamientos, sentimientos, recuerdos, sonrisas y lágrimas que aquel chico había desacomodado por completo. No podía permitir que un completo extraño destruyera eso por lo que me había estado esforzando.
Bajé a cenar con mi mamá y mi hermano. Tuvimos la típica plática acerca de nuestro día, no había nada fuera de lo normal. Obviamente no le mencioné a mi madre que había conocido a aquel chico, más bien no le contaba de nada importante, sólo de vez en cuando las cosas graciosas que pasaban en la escuela. Intentaba no preocuparla, no hacer más grande su estrés, ya había hecho suficiente con culparla de que mi papá se fuera, años atrás.
Eso es, había decidido que haría todo lo posible para darle la vida más feliz, no importaba cuanto me costara.

Autocompasión.

Sí, era probablemente eso. Cuando hacía cosas para mamá siempre pensaba en lo triste que era mi vida, siempre esperando que alguien se diera cuenta de lo desgraciada que era. Soy patética, realmente lo soy, porque a pesar de que he decidido renunciar a mi felicidad… A pesar de eso yo… Todavía espero que alguien venga a hacerme feliz. 

Comparte esta entrada

votar

2 comentarios:

  1. vaya... parece interesante ^^ lo leeré en un time time ^^ me gusta leer y al igual que tú escribo, no hay nada como ello ^^

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por pasarte!

      Es verdad, no hay nada igual a escribir. Tal vez en un fin de semana me pase por alguna de tus historias, leí un poco y se ven buenas.

      Saludos!

      Eliminar