viernes, 22 de febrero de 2013

Algarabía de los sentimientos -Capítulo 3, parte 1.-


Capítulo 3: Las cosas no son tan fáciles.

“Aun dándolo todo… Sigo perdiendo. Las lágrimas no sirven de nada, no puedo rendirme, no ahora… No romperé más promesas.”

*Daniel*

La~ Lalalalala~ La~La~ Lalalaaa~ La…

La canción que mi madre cantaba cuando era pequeño inundó mi cabeza. Era un tono hermoso, pero tan melancólico. Me hacía estremecerme, aunque quería seguir escuchándola.
Pero ahora no puedo más.
 Me desperté de golpe. Había recordado los momentos felices de mi infancia, pero también a las personas de esta. Las promesas rotas regresaron, junto con las palabras que Aby mencionó el otro día…

“…Yo no rompo nunca mis promesas.”

Qué ironía. Soy quien está tratando de ayudarla, al igual que lo intenté con esa persona. Ellos dos hicieron promesas, son iguales… Los dos igual de decididos, igual de fuertes… Igual de inalcanzables. He intentado que esto no carcoma mis sentimientos, pero desde que la conocí, he pensado que tal vez mi obstinación por liberarlos de sus cadenas no es otra cosa más que mi envidia hacia su determinación. Tal vez quiero que se detengan porque estoy celoso de que yo soy incapaz de caminar tan lejos… Tal vez.
Eché agua en mi cara y después la levanté para verme en el espejo. Escuché que alguien tocaba la puerta, pero por alguna razón no reaccioné; estaba absortó viendo mis ojos… Color miel como los de mi padre e igual de impuros.
–¡Daniel! –Gritó Dora desde afuera-¡Mi niño, levántate que se te hace tarde para ir a la escuela!
Suspiré y sequé mi cara, entonces caminé hacia la puerta y cuando la abrí encontré a la mujer haciendo muecas. Su estatura menuda me hacía querer abrazarla cada vez que la veía, y es lo que hacía. Ella siempre recibía mis abrazos con cariño, éramos como una abuela amorosa y su nieto favorito.
–¡Dora~! –Dije mientras la abrazaba.
–Sí, sí… Ya sé que eres un niño mimado, pero aun así… -Decía con su voz amable –Tienes que arreglarte para irte. –Se soltó de mi abrazo y me jaló de una oreja, entonces volvió a meterme a la habitación, mientras yo hacía quejidos.
–Ya, ya… Entendí –Bufé cuando al fin me soltó.
–Te quiero bonito en cinco minutos –Espetó con firmeza.
–Querrás decir “guapo”, ya estoy en la edad en la que dejo de ser “bonito”… -Defendía al momento que me sacaba la ropa de dormir.
– ¡A mí no me importa! –Gritó saliendo de la habitación -¡Tú siempre serás mi bebé Daniel! –Cerró la puerta de golpe refunfuñando.
–En serio que tengo un talento sobrenatural para atraer a mi vida mujeres problemáticas a mi vida… Digo, con carácter fuerte.
Después de eso tomé una ducha. Mientras me bañaba pensaba acerca de las cosas que habían pasado últimamente en mi vida, acerca de mi madre, mi padre, Aby… Esa persona. Salí del baño y comencé a arreglarme. Cuando terminé, Dora llegó nuevamente a mi habitación para decirme que mi padre quería verme. Me limité a mirarla sin emoción alguna, porque sabía que no era culpa de ella la mala relación que él y yo teníamos.
– ¿Qué necesitas? –Pregunté una vez llegué a su despacho. Él estaba sentado en su silla de cuero, vestido de traje y con el cabello perfectamente acomodado. Estaba leyendo unos papeles, así que ni siquiera me miró cuando entré o cuando le hablé.
–Sólo quería saber que tal te está yendo en tu nueva escuela… -Dijo con el tono más indiferente y falso que alguien pudiera tener –Acabamos de pasar por un momento difícil, así que no debe ser fácil para ti relacionarte con los demás.
–Estoy bien, no tienes que hacer preguntas que no te interesan. –Me di media vuelta, dispuesto a salir de ahí.
–No lo olvides, Daniel, no olvides tu propósito… Naciste para sucederme. –Me miró a los ojos. –Te queda solamente un año para disfrutar el ser un niño, después de eso tendrás que comenzar a prepararte… No puedes escapar de esto, no tienes derecho a la libertad.
–Sí, lo sé… No dejas de recordármelo nunca –Espeté antes de que continuara. Salí de su despacho y me marché de casa.  
Dos horas más tarde me encontraba en clase. Aby se sentaba a un lado de mí, así que podía molestarle en las clases. Al principio se exaltaba, pero al paso de los días se le hizo normal, al punto que me agarraba a golpes cuando el maestro no estaba mirando.
Desde aquel día, en el parque, el tiempo se había pasado relativamente rápido. Ella y yo acordamos no mencionar nada de eso, o por lo menos intentar que se quedara en el pasado.
Mis días se habían vuelto luminosos, llenos de vida. Esa fue la segunda vez que me sentí como un humano. Sentía que podía hacer lo que fuera, que podía tener pensamientos y sentimientos propios. Había encontrado de nuevo a alguien especial… Otra vez había vuelto a ser yo, sólo yo… No Daniel Guro.
– ¿Qué te pasa? –Me preguntó Aby, con quien estaba en la cafetería de la escuela.
–Estaba pensando… -Respondí. Entonces me percaté de lo linda que era.
Su cabello café estaba brillando, ya que los rayos del sol le pegaban directamente. Sus ojos oscuros estaban puestos en mí… Y me atravesaban. Quería tocar su rostro, sentir su piel pálida… Pero la asustaría, así que me contuve.
–Ahora que lo pienso… No sé nada de ti –Dijo con un tono preocupado, como si la idea de que yo supiera mucho de ella la estresara.
–Sí… -Solté mientras afirmaba con la cabeza. -¿Qué quieres saber? Te lo diré todo.
–No lo sé, no hay algo en especial. –Miró hacia los lados, en busca de algo. Volvió a mirarme y preguntó: -¿Qué tal sobre “esa persona”?
– ¿Quién? –No pude evitar preguntar, pues en ese momento realmente no sabía de quién estaba hablando.
–Sí, esa persona… La que mencionaste esa vez, la que se parece mucho a mí –Expuso mientras tomaba del refresco que tenía. –Quiero saber…
–Ah, claro, claro –Dije al fin, puesto que había recordado de quién me hablaba. –Sí, “esa persona”… O más bien él. –Me recargué en la silla y comencé a pensar en porque le había dicho en primer lugar que eran tan parecidos. –Pues…
Recordé mis pensamientos de esa mañana. Mis ojos en el espejo, y lo nublados que me habían parecido… Tan asquerosos, como yo. Me había dado cuenta de lo sucios que eran mis verdaderos sentimientos, y que tenía que esconderlos, a toda costa. Nadie podía saber cómo era mi interior, ni mi padre, ni Dora, ni él… Y mucho menos Aby.
–Tal vez en cuanto a sus personalidades no sean tan iguales –Dije una vez pude librarme de mis pensamientos–. Pero sus esencias son las mismas… Los dos igual de fuertes, de decididos… De brillantes.
–¿Qué dices? Yo no soy para nada así… –Murmuró.
–¿Crees que alguna vez el sol ha intentado mirarse a sí mismo? –Le pregunté a manera de hacerla entender sobre su error.
– ¿Cómo podría saberlo?
–Pues es obvio que no puede mirarse a sí mismo –Afirmé–. Porque nadie puede mirar hacia el sol, ni siquiera el mismísimo sol. Todos sabemos que está ahí, no nos acercamos, no lo miramos, pero sabemos que está ahí, aunque sí podemos sentirlo. Ninguna persona en capaz de tocar el sol, nadie puede tenerlo entre sus manos. –Pensé en él, mi querido mejor amigo. –Sí, tú y él son como el sol… Pero como dije antes, en su personalidad son muy diferentes –Aclaré mi garganta y comencé a pensar en eso–, por ejemplo, él es amable y tú no, él es tranquilo… Paciente, y tú no, si ustedes dos estuvieran en una relación… Probablemente él cuidaría siempre de ti, mientras que tú siempre le darías problemas…
–Tengo unas ganas infinitas de patearte en este momento –Bufó apenas terminé. Su ceño estaba fruncido y tenía la boca con un puchero, me dio tanta risa que no pude evitar reírme a carcajadas. –Eso está mejor… –Dijo de repente.
–¿Eh? –Solté por reflejo.
–Desde la mañana estás ido… Creí que algo malo te pasaba –Expuso con un tono de ligera preocupación, mientras miraba hacia otro lado. –Pero veo que estás bien, o por lo menos lo suficiente como para sonreír… La gente como tú siempre debe sonreír.
Mi miró con los ojos llenos de… No lo sé. Sólo sé que el pecho se me hizo un nudo. Tenía ganas de gritar, de llorar, de salir corriendo. ¿Por qué tenían que ser así las cosas? ¿Por qué diablos las cosas no podían ser fáciles? ¿Por qué tenía que tener la cabeza llena de tantas cosas? Debía sonreír cuando lo sintiera, gritar cuando lo quisiera, llorar cuando lo necesitara… Amar cuando pudiera.
–Sí, tienes razón… –Me levanté de la silla, dispuesto a irme. –La gente como yo siempre tiene que sonreír.
–¿Te vas? Aún nos falta una hora de clase.
–Sí, lo siento, tengo algo que hacer.
Dejé a Aby sola, pero cuando me iba pude ver como sonreía, como si supiera que al fin había salido del hoyo al que me había metido. Corrí a toda velocidad a mi casa, intentando aprovechar el tiempo en que mi padre todavía no llegaba a ésta.
Cuando llegué todo estaba en silencio, así que entré a hurtadillas, pero Dora pudo percatarse de mi presencia.
–Estoy segura que esta no es la hora de salida –Dijo apenas mi vio.
–¡Dora! ¡Necesito pedirte un favor! –En ese momento había sido totalmente favorable que fuera sólo Dora quien me encontrara, puesto que la necesitaba para llevar a cabo lo que tanto tiempo había estado evitando.
–¿Qué puede ser tan importante como para que te salieras de la escuela? –Preguntó con un tono de molestia.
–Necesito su número… No lo has tirado, ¿verdad? –Sus ojos se iluminaron, como si todo ese tiempo estuviera esperando escuchar eso. Corrió hacia la cocina y volvió rápidamente.
Nunca lo hubiera tirado, yo sabía que algún día lo necesitarías. –Me dio un papel algo arrugado, pero que aún mantenía su propósito.
–En serio que tengo un talento sobrenatural para atraer a mi vida mujeres increíbles… –Tomé el papel y corrí a mi habitación.
Me encontraba en mi cuarto, frente al teléfono, con el papel en la mano que contenía número, dirección y otros datos de él. Dudé por un momento si estaba haciendo lo correcto, pues no sabía si después de tanto tiempo me perdonaría el no haber intentado mantenerme en contacto.
Pero lo hice.
Marqué el número y la llamada entró. Estaba nervioso, puesto que no sabía siquiera que es lo que iba a decirle… Sólo quería hablar con él, escuchar su voz, saber cómo le iba, si se encontraba bien o mal, después de todo era mi mejor amigo.
Entonces lo escuché… A él.
–¿Bueno? –Sonó la voz al otro lado y casi al segundo pude saber con seguridad que se trataba de él. -¿Bueno? –Dijo de nuevo.
–Ehm… Soy Daniel… Fue lo único que pude decir.
–Vaya… -Dijo con su tono tranquilo de siempre–.Te tomó mucho tiempo, ¿cómo estás? 

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