En ese momento me sentí avergonzado
conmigo mismo porque creí que él iba a gritarme, a reclamarme, que iba a estar
molesto conmigo, sin embargo… Fue tan distinto. Estaba tan sereno, y pareciera
que sabía exactamente que yo iba a llamarle. Siempre sentí envidia hacia esa
parte de él, porque nunca pude ser así. Si yo hubiese estado en su lugar seguro
habría estallado, no habría escuchado lo que él hubiera tenido para decirme,
tan sólo me hubiera quejado, sin importarme los sentimientos de mi amigo. Sí,
esa es la clase de persona que siempre fui…
–¿Daniel? ¿Sigues ahí? –Preguntó
desde el otro lado. Salí de mis pensamientos y volví a pensar acerca de lo que
tenía que decirle.
–Lo siento… –Dije arrepentido.
–¿Por qué te disculpas de la nada?
Ni siquiera sé porque lo haces –Expuso, y aunque no podía verlo, sabía que
tenía una sonrisa amable en su rostro. –Nunca he entendido esa parte de ti.
Siempre pides disculpas y esperas que los demás sepamos la razón. No puedo
entenderte, Daniel, tienes que decírmelo con tus palabras…
–Vaya, sigues siendo el sádico de
siempre –Le reclamé cuando por fin volví a ser yo. Tenía que darle una
explicación por todo el tiempo que lo había evadido. Él la quería y yo tenía
que dársela–. ¿Sabes? Ahora tengo una amiga… –Aclaré mi garganta, para que
pudiera escucharme claramente. –Al principio no quería hablar conmigo, creo que
yo no le agradaba mucho o algo así; al parecer no le gustan las personas
entrometidas como yo –Pude escuchar una ligera risa de su parte–. Ella es una
persona solitaria, que ha cerrado su corazón a los demás porque cree que no
tiene derecho a ser feliz… Es igual a ti. Desde que la conozco me ha envuelto,
al punto que quiera saber qué la tiene tan atada a su tristeza, pero… No
encuentro la manera de que mis palabras le lleguen, incluso he pensado en
rendirme, pero entonces… Entonces… –La culpa me invadió de nuevo. No tenía
derecho a decir que era amigo de él, no después de haber huido. –Te recuerdo a
ti, y a lo cobarde que fui al dejarte solo cuando más me necesitabas. Te hice a
un lado y no me importaron tus sentimientos; yo sólo quería zafarme de mis
responsabilidades… Fui un idiota, lo siento.
–No fue tu culpa, no tenías que
cargar con eso –Otra vez con su palabras amables, siempre buscando una forma de
aliviar mi dolor, incluso si hacían más grande el suyo.
–¡Pero eras mi amigo! ¡No, aún lo
eres! –Exclamé con molestia, pero no hacia él, hacia mí. – ¡Yo tenía que
haberme quedado a tu lado! Y sin embargo... Todo este tiempo te estuve
evitando, intentando que mi culpa se hiciera menor con el tiempo… Pero no fue
así.
–Daniel, ya es suficiente, no estoy
molesto contigo…
–Deberías estarlo, porque no soy
diferente a todos esos que te dieron la espalda cuando más requerías ayuda… Yo
también te abandoné, e incluso ahora no estoy seguro de poder verte a la cara
sin morir de vergüenza. No tengo derecho a recibir amabilidad de tu parte,
porque no he hecho nada para merecerla… –No quería admitirlo, pero hacía rato
que las lágrimas no paraban de salir. –Vine a México para poder olvidar lo que
pasó en España, pero el destino no me dejó huir, y la puso a ella en mi camino…
Sus ojos tristes me recuerdan siempre a ti, a quién no pude ayudar, y ahora
tampoco puedo ayudarla. Sé que llora siempre, pero nunca me lo dice… Sé que se
siente sola, sé que aún no puedo calmar el dolor y ya no sé qué hacer, otra vez
soy un inútil… Otra vez estoy pensando en huir. Quiero salvarla, en serio
quiero hacerlo, pero no puedo… Alguien tan patético como yo no puede salvar a
nadie.
–¡Cálmate, Daniel! –Exclamó de
golpe, haciendo que me asustara un poco. –Primero que nada, no tienes que
seguir culpándote por lo que pasó; ya fue algún tiempo de eso… Y en segundo, si
es verdad que esa chica es igual a mí, entonces estoy seguro que ella no te ve
como alguien inútil, al contrario… Creo que eres una gran luz para ella. Tienes
que ser fuerte, y no dejarla caer…. Eso es lo mejor que puedes hacer. No tienes
que esforzarte por cambiarla completamente, el simple hecho de que estés ahí ya
la hace feliz.
Entonces pensé en lo afortunado que
era, porque tenía a personas como ellos en mi vida. Sí, sé que lo que me dijo
era en realidad lo que él sentía, pero sabía que si me lo decía de tal manera
yo seguiría igual que siempre.
Me odio tanto. No me merezco todo
lo que tengo. Lo siento mucho, Aby… Todo este tiempo te he visto como mi gran
amiga, pero también como la persona despreciable que no puedo alcanzar… Soy
horrible, de lo peor.
–Perdóname… –Le supliqué, cuando me
di cuenta que no podía aguantar más un tono tranquilo, y que él ya sabía que
estaba llorando.
–Sí, te perdono –Respondió al
momento, lo que hizo que mi llanto empeorara.
–Perdóname –Repetí; sabía que una
sola disculpa no era suficiente–. Perdóname. Perdóname. Perdóname… ¡Perdóname,
Michel!
–Sí, te perdono, estúpido Daniel… –Su
voz entonces sonaba quebrada. Al parecer también estaba llorando.
Pasó un rato hasta que pudimos
dejar ese tema a un lado. Recordamos viejos tiempos, y eso nos hizo ponernos
algo melancólicos, pero también felices, porque nos dimos cuenta que ambos
guardábamos esas memorias como algo muy preciado. Al final, platicamos sobre
nuestra vida diaria y también un poco sobre Aby…
–Vaya… Ya hasta ganas me dieron de
conocerla –Dijo en un tono de burla hacia mí por todo el entusiasmo que yo
ponía al hablar de ella. –De hecho…
–¿Eh? ¿Qué pasa? ¿Ibas a decir
algo? –Pregunté con confusión por su repentina interrupción.
–No, nada –Murmuró, aunque pude
escucharlo –. Es una sorpresa.
–Está bien entonces… Esperaré por
ella. –Me limité de hacerle preguntas, ya que no quería incomodarlo.
–Sí, tengo que irme, hablaremos
luego –Expuso de forma apresurada. –Nos vemos, Daniel…
–Sí, nos vemos –Respondí alegre,
pues al fin todo se había arreglado para mí.
Colgué el teléfono y me recosté en
la cama. Repasé toda la conversación en mi cabeza, como si fuera algún mensaje
conmovedor de alguna amante. Luego reí, por haber comparado a Michel con una
amante.
En ese momento todo se sentía tan
tranquilo que asustaba. Sí, era casi todo tan perfecto que sentía miedo. Nada
puede ir tan bien… Todos los sabíamos. Los días tranquilos no duran para
siempre, y poco tiempo después de haber tenido esa llamada telefónica me di
cuenta...
De que no me había equivocado.
Venían pruebas difíciles… Para
nosotros, para personas del pasado, personas próximas a conocer… Situaciones
que nos harían cuestionarnos sobre todo, incluso si la vida valía tanto la
pena, pero… Lo peor de todo no eran los momentos difíciles por venir, sino que
todos y cada uno de ellos involucrarían a cierta persona…
Sí, Aby.
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